Ya a nadie le importa la manera en que un poeta muere hoy tan impunemente, y vienen sus monstruos a buscarlo y se lo llevan arrastrado, pataleando, gritando un grito mudo que nadie lee, mientras, en la ciudad, uno se ejercita, otro se alimenta, alguno tal vez lo recuerda de paso en una conversación de sobremesa y los demás simplemente persisten hurgando, sin espanto, en sus propias cosas.