Por tu voz, misteriosa virtud,
por los 53 huesos de un pie, las cuatro dimensiones de la respiración,
el pino, la secuoya, el helecho, la menta,
por el jacinto y por la campanilla,
por el collar del conductor del tren,
el olor del limón, la espléndida orinada de un chico contra un árbol.
Bendita cada cosa de la tierra hasta descomponerse,
hasta que cada corazón ingobernable admita: “Me confundí a mí mismo
y sin embargo amé –lo que amé
lo olvidé, lo que olvidé cubrió de gloria mis viajes,
viajé hacia vos y me acerqué lo más que me atreví, Señor.”