Tercera

Carlos Medellín

Del libro Moradas


Un río y otro río llegaron esa noche 
y al pie de mis palabras quebraron su cristal. 
Nada, nadie, ni el viento reconoció su origen, 
traían en los labios libélulas de sal, 
traían en la frente colmenas de luceros, 
y al lado de su lino la rúbrica del mar. 
 
Mis pasos descubrieron caminos entreabiertos, 
caminos que eran lenguas sin fruta y sin canción. 
Una llovizna blanca gemía en los tejados, 
y un profundo ojo negro me invitaba al amor. 
Y un río y otro río llegaban, y eran una arteria 
que inundaba de sombra el corazón. 
 
Los ríos eran unos de hielo y de silencio, 
y otros como el cabello del monte en el trigal. 
Decían tantos nombres de puertos y ciudades 
que el eco no revive sino "Dulce Bagdad". 
Llegaron una noche un río y otro río, 
nada, nadie, ni el viento los pudo descifrar.
 
Cayeron de su sueño los ángeles de piedra 
que el tiempo en capiteles de luz edificó. 
Los dientes de los perros hirieron a la luna 
y el seno de la espiga se desangró en el sol. 
Flotaron en el aire azules golondrinas, 
y contra el árbol viejo se rebeló la flor. 
Un día u otro día quizás hasta mi puerta 
con golpes de campana llamando llegarán. 
Entonces en mi oído resonará el acento 
perdido que los ríos no pudieron hallar. 
Los ríos que llegaron al pie de mis palabras 
trayendo entre los labios libélulas de sal.