Del libro Moradas
En las horas aún de violeta los árboles zarpan, llegan nubes cargadas de musgo, hasta el viento se ahoga en palabras, y la voz que transita mi fondo todavía no alcanza a formar una estrella ni un nombre. Aquí mismo, tras esta ventana de mi sombra surgieron montañas, fue un ayer que no existe porque sólo vivía en el eco, pero apenas podemos hablar de mañana. Oh, dejemos al reloj que no cumpla sus citas y que el pulso nos colme de tactos. Sólo ahora los muertos y el trigo su minuto de siempre habitando. Qué decir, qué soñar, si la noche de hielo me abriga y me llena los ojos de párpados. Aquí el labio de Dios prolongándose en el duro silencio, aquí el triángulo de la nieve, la espina y mis manos, como amarga vía láctea aquí sueños que a pesar del amor sepultamos. Cómo el tiempo renueva rebaños a mi lento cayado. Ya no basta velar por los lirios porque ahora de piedra son las nuevas campanas. Y las lenguas del pasto dibujan mi silueta en sus tablas de estaño. Dadme (tiempo y espacio) comenzar este nuevo camino con pies desvelados que conozcan apenas la arena de mis últimos pasos aquí, sobre el alba.