Padre fuego que cruzas la tierra en la nube, la arena y el mar, por tu oído de hierro se alcanza la palabra divina a escuchar. De la sombra levantas estatuas que la noche no puede callar, y en los nidos de espuma conozco tus moradas de azufre y cristal. Padre fuego, tu lengua, tus flautas por los ríos oímos bajar en azules caballos de plata, en espigas de luna y de sal. Por tu origen el árbol recuerdo que a mi orilla se escucha soñar: de mi nombre de ayer, padre fuego, ya no queda ni la soledad. Tú que cubres de lana los montes y rebozas de savia mi pan, haz el tiempo más leve a mi puerta y el espacio más fuerte al nogal.
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