(Del libro Palabras rescatadas)
Mi padre es un gran hombre que vaga en hondo cielo con la sonrisa abierta en el surco del ceño unido por mi labio al amado recuerdo de las cosas sencillas donde siempre lo encuentro. Qué palabra tranquila. Qué discurrir sereno. Sobre mi alma me llueve y penetra mi suelo con su blanca mirada de callados anhelos alimenta mi sangre reverdece mi huerto. Padre mío, mi sitio, padre mío, mi tiempo, señor de la tristeza y de la luz maestro te llamo con tu nombre te llamo y te retengo en musical madera pulsada por tu dedo. Eres el transeúnte, eres el compañero que su amor reconquista en mis hijos pequeños. En la noche de siempre canta sobre los leños del hogar florecido tu sono silencio. Cuántos son tus amigos que aprendieron a serlo al verte partidario de sus jóvenes sueños: por tu voz me preguntan y yo a todos contesto que en sus libros la busquen porque habitas en ellos. He dejado de verte con los ojos despiertos pero agitan mi pulso tus relojes sedientos, y tus mismas palabras con seguro reflejo me devuelven el canto perdido entre tu eco. Ahora te conozco mejor, y te poseo navegante en las luces de la tarde, suspenso, permanente en mi propia soledad, como dueño que recorre sus eras en feliz pastoreo. Padre mío, te digo, padre mío, padre nuestro: a la hora del alba recóbrate en mi cuerpo con tus huesos fundidos en la flor de mis huesos. Yo en el aire te cito y en el trigo te espero.