Fernando Nieto Solórzano
Tendidos en tu lecho vemos la ciudad: el tráfago, te digo, arrastra allá abajo las horas y la sangre, pero callas. Ofreces tu silencio a cambio de nada. Y terco vuelvo a lo mío con la misma voz hastiada. Entonces me hundes en tu cuerpo porque sabes que eso basta para no oír la batalla, tu cuerpo, conjuro contra el ruido y la sal de mis palabras.