Estar vacío exige disciplina. Desintegrarse en la nada que nos sostiene.
En el umbral del patio de tierra, todo resuena: mis objetos de la infancia,
las semillas podridas, los alambres, las maderas.
Las uñas salpican el lodo horadado del estercolero.
Una eternidad de dedos que se espesa en las habitaciones.
Estos dedos no son míos, son extensiones de la pared, fueron creados para escarbar la nada.
Los testigos certificarán que soy exactamente esa camisa desigual que es absorbida por la velocidad de los objetos.
Estamos repetidos sobre otra piel y eso nos hace ordinarios pero también indestructibles.
Estar vacío exige disciplina. Desintegrarse en la nada que nos sostiene.