III Crei saberlo todo cuando me miré a los ojos por primera vez. Detrás de mí estaba la marioneta. Aquella que aguantaba con sus dientes los hilos de mis brazos. aquella que empujaba con su lengua mi cabeza hacia atrás y hacia adelante. Aquella que dirigía mis pasos con sus manos, empujando las caderas con un dedo. La que pegaba su torso a mi espalda para hacerme mover. En fin, la igual a mí, la otra, la que permanecía entre las sombras mientras doblaba mis rodillas con sus pies hasta hincarme.