Mónica Licea
Esta mañana mi perro me despertó con un pájaro muerto en su hocico. Lo trajo a mi cama y se sentó. Nos miramos largo rato. Tomé el ave entre mis manos, intenté cerrar sus ojos sin resultado. Miró hacia el otro lado de la ventana, donde el arbusto reverdecía. Han pasado dos semanas y su cuerpo sigue endureciéndose en un rincón de la casa. ¿Es mi hermano, el cadáver del pájaro que no puedo enterrar?