II Ajo y zafiros en la greda Traban el eje de la rueda. Canta la sangre en su alambrada Bajo la cicatriz inveterada, Calma la guerra que ya está olvidada. Así la danza de la arteria Y la circulación de la materia Vagan en la deriva de la estrella. Sube el verano hasta dejar su huella En ese árbol que la luz aloja En la móvil silueta de la hoja. Y se escucha en la tierra humedecida Al jabalí y al perro, proseguida También su eterna lucha; mas sus rastros Se concilian arriba entre los astros. En el punto inmóvil del mundo que gira. Ni carne ni ausencia de carne; ni desde ni hacia; En el punto inmóvil: allí está la danza, Y no la detención ni el movimiento. Y no llamen fijeza Al sitio donde se unen pasado y futuro. Ni ida ni vuelta, ni ascenso ni descenso. De no ser por el punto, el punto inmóvil, No habría danza, y sólo existe danza. Sólo puedo decir: allí estuvimos, No puedo decir dónde; tampoco cuánto tiempo, Porque sería situarlo en el tiempo. Librarse interiormente del deseo material, Descargarse de la acción y el sufrimiento, De la compulsión externa e interna, rodeada sin embargo Por una gracia de sentido, Una luz blanca inmóvil que se mueve, Erhebung sin movimiento, concentración sin eliminación, Un nuevo mundo y el viejo que se hacen explícitos, se aclaran En la consumación de su éxtasis parcial, La resolución de su parcial horror. Pero el encadenamiento de pasado y futuro, Tejidos en la debilidad del cuerpo cambiante, Ampara al género humano del cielo y la condenación Que la carne no puede soportar. El tiempo pasado y el tiempo futuro Sólo permiten mínima conciencia. Ser consciente significa no estar en el tiempo, Pero sólo en el tiempo puede el momento en el jardín de rosas, El momento en la pérgola bajo el azote de la lluvia, El momento en que desciende el humo sobre la iglesia atravesada por corrientes de aire, Ser recordados, envueltos en el pasado y el futuro. Sólo con tiempo se conquista el tiempo.