Autodenuncia

Prólogo al Poemario de la duda

Jorge Alejandro Medellín


El viernes pasado un buen amigo mexicano me envió una amable contribución al Poemario del encierro. Un poema de Borges, muy trillado en redes por estos días, titulado «Valgo» y que inicia así: “De tanto perder, aprendí a ganar; /de tanto llorar, se me dibujó la sonrisa que tengo. /Conozco tanto el piso que solo miro el cielo…”. El texto es elocuente, creativo y, cómo no, pertinente. Pero me hizo dudar. Sin ser Borges uno de mis predilectos, me inquietaron algunas frases que desdicen de su estilo escrupuloso, sugerente y metafórico: “Aprendí que en esta vida nada es seguro, sólo la muerte / (…) La vida es bella con su ir y venir, con sus sabores y sinsabores (…) /Las heridas fuertes nunca se borran de tu corazón, pero siempre hay alguien realmente dispuesto a sanarlas, con la ayuda de Dios”.


Pocos minutos después ya estaba claro. María Kodama, viuda del poeta argentino confirmó hace más de 20 años que no es de su autoría y logró además que la revista Uno Mismo rectificara la ligereza de haberlo publicado sin verificar. Al parecer, la verdadera autora es Nadine Stair, probablemente norteamericana, quien lo habría escrito en 1978 y sobre la cual no sabemos nada más.
“Eso me pasa por reenviar cosas…”, contestó mi amigo mexicano. El asunto no termina ahí. Desde la jaula de la incertidumbre donde habitamos todos por ahora, la duda se volvió titubeo, desconfianza, vacilación.


“¿Y si los poemas que he compartido en el Poemario del encierro no son de quienes los han firmado?” me pregunté en secreto. Inicié entonces el camino de regreso y uno por uno lo fui blindando desde la fuente original: mi biblioteca. Ahí están las pruebas, en los libros de Roca, Jaramillo Agudelo, Yirama, Bonnett, Huidobro, Medellín, Orietta, Mutis, Renata, Alberti, Hernández, Mauricio, Gómez Jattin, Vidales, Rivero, Hesse… Pero, ¿son pruebas? ¿Son esos magníficos poemas en realidad de quienes los firman? Suponemos que sí. La solidez de los poetas y de sus editoriales nos permiten dormir confiado reposo, aunque en el fondo sea solo un acto de fe, una escena de colectiva presunción. El poeta cree que los escribió (vaya uno a saber si no se los dictó la noche, el agua, la tristeza, el cielo); la editorial le cree al poeta, los lectores les creen a ambos, y ya. Lo mismo sucede con el arte, con la música, qué podemos hacer.


Por mi parte, sólo me constan los míos, primero, y luego los de mi papá. «Palabras rescatadas», su libro póstumo (1993) me fue encargado en calidad de editor por mi familia, bajo la dirección editorial de ese gran amigo hoy ausente, Fernando Cruz. Me constan entonces su mirada, sus manos, sus abrazos y su estilo. Algunos, incluso, los leíamos a medio camino, porque él creía que podría brindarle una observación y en eso tenía razón: yo lo observaba con cariño, acatamiento y admiración.


También me constan los de Yirama, primero porque es Yirama y también porque ese poema suyo está en el libro que creció en imágenes y páginas junto a uno de los míos, cuando pretendíamos publicarlos al mismo tiempo en cosecha de a tres, experiencia frustrada que esperamos alguna vez llevar a cabo. El tercero era Mauricio Contreras y por eso, de Mauricio también ofrezco mi certeza. Hesse fue aporte de otro Fernando, gran amigo hoy presente; Dickinson, de Yirama y Wislawa, de Alexandra. Confieso una culpa honda por no haber leído antes a Wislawa, ahora no puedo parar de hacerlo.


Los poetas de otras lenguas suponen más actos de fe, donde se incluye la traducción. A Wislawa la leo en español por supuesto. Del polaco y del sueco, ni una sílaba. Por eso El mar es tan grande, tan profundo es al mismo tiempo de Elsa Grave, su autora, y de Francisco Uriz, su coautor. Todo traductor termina reescribiendo el texto a su manera. Escoge las palabras que le dicta su ritmo inherente, su propia respiración. Yo mismo me he atrevido –aprovechando el tiempo del desconcierto– y algunos de los ya leídos o de los que pronto aparecerán en el Poemario son al mismo tiempo una traducción y una versión propia (por ahí están los créditos). Fui entonces confirmando uno a uno. Me faltaba Benedetti, pero no pude. “No te rindas” me llegó por solicitud o aporte de conocidos y desconocidos. Lo había compartido como el poema del día 11, sin mayores titubeos, aunque confieso que en Facebook al hacer click en publicar me invade un ligero e incómodo temblor.


Ayer no lo encontré en los cuatro libros del uruguayo que están desde hace décadas en mi biblioteca, dos de ellos antologías generales. Recordé, para justificarme, que antes de publicarlo hice la búsqueda de simulado rigor en Google y eso me llevó a numerosos enlaces que confirman la autoría, incluidas también varias decenas de videos en Youtube donde diferentes personalidades del arte, la música, el deporte y la política lo leen, lo recitan o lo transcriben dándole crédito al conocido poeta. No encontré en ese momento, quizás porque no la estaba buscando, a la presidenta de la fundación Mario Benedetti afirmando que no es de él, que la fundación ha hecho aclaraciones hace varios años, “porque efectivamente aparece en internet con mucha preeminencia. Lo primero que aparece sobre él suele ser ese poema”.


«No te salves» sí es de Benedetti: “No te quedes inmóvil /al borde del camino /no congeles el júbilo /no quieras con desgana /no te salves ahora /ni nunca…”. Se parecen, no hay duda, tienen esa factura de malabarismo, reiteración y oportunismo que lo hacen sutil, sincero, comprometido y popular (y que en algún momento me llevó a dudar su inclusión en el Poemario), la misma que suele juzgarlo como un poeta menor en las apretadas trincheras de la ortodoxia literaria. Pero la poesía también puede ser sutil, sincera, comprometida y popular –para qué negarlo– lo importante es el mensaje, no el mensajero.
¿Quién es entonces su verdadero autor? Nadie sabe. Podría incluso ser una broma del propio Benedetti, ya veremos. Por lo pronto, y porque mi mamá me enseñó a no decir mentiras, el poema del día 11 ha sido cambiado por Defensa de la alegría, del mismo autor: “Defender la alegría como una trinchera /defenderla del escándalo y la rutina /de la miseria y los miserables /de las ausencias transitorias /y las definitivas…”.


El poema que motiva esta confesión también queda ahí, inaugurando un nuevo espacio de nuestra página web: el Poemario de la duda. Lo haré con mi apreciado amigo mexicano y ya tenemos dos: el atribuido a Borges (sin alardes de adjetivos) y el atribuido a Benedetti (sin alardes de metáforas). Esperamos aportes: ahí está Google.

Fui entonces confirmando uno a uno. Me faltaba Benedetti, pero no pude. No te rindas me llegó por solicitud o aporte  de conocidos y desconocidos. Lo había compartido como el poema del día 11, sin mayores titubeos, aunque confieso que en Facebook al hacer click en publicar me invade un ligero e incómodo temblor. 

Ayer no lo encontré en los cuatro libros del uruguayo que están desde hace décadas en mi biblioteca, dos de ellos antologías generales. Recordé, para justificarme, que antes de publicarlo hice la búsqueda de simulado rigor en Google y eso me llevó a numerosos enlaces que confirman la autoría, incluidas también varias decenas de videos en Youtube donde diferentes personalidades del arte, la música, el deporte y la política lo leen, lo recitan o lo transcriben dándole crédito al conocido poeta. No encontré en ese momento, quizás porque no la estaba buscando, a la presidenta de la fundación Mario Benedetti afirmando que no es de él, que la fundación ha hecho aclaraciones hace varios años, “porque efectivamente aparece en internet con mucha preeminencia. Lo primero que aparece sobre él suele ser ese poema”. 

No te salves sí es de Benedetti_ “No te quedes inmóvil / al borde del camino /no congeles el júbilo /no quieras con desgana /no te salves ahora /ni nunca…”  Se parecen, no hay duda, tienen esa factura de malabarismo, reiteración y oportunismo que lo hacen sutil, sincero, comprometido y popular (y que en algún momento me llevó a dudar su inclusión en el Poemario), la misma que suele condenarlo como un poeta menor en las apretadas trincheras de la ortodoxia literaria, pero la poesía también puede ser sutil, sincera, comprometida y popular -para qué negarlo -lo importante es el mensaje, no el mensajero.  

¿Quién es entonces su verdadero autor? Nadie sabe. Podría incluso ser una broma del propio Benedetti, ya veremos. Por lo pronto y porque mi mamá me enseñó a no decir mentiras, el poema del día 11 ha sido cambiado por Defensa de la alegría, del mismo autor: “Defender la alegría como una trinchera /defenderla del escándalo y la rutina /de la miseria y los miserables /de las ausencias transitorias /y las definitivas…”

El poema que motiva esta confesión también queda ahí, inaugurando un nuevo espacio de nuestra página web: el Poemario de la duda. Lo haré con mi apreciado amigo mexicano y ya tenemos dos: el atribuido a Borges (sin alardes de adjetivos) y el atribuido a Benedetti (sin alardes de metáforas). Esperamos aportes: ahí está Google. 

Abril 14 de 2020