Los árboles se lo piensan
antes de derrumbarse vencidos.
Cavilan, sienten, vigilan y se aseguran
de que los niños no estén revoloteando
a su alrededor,
de que los viajeros no estén envueltos
en su sombra,
de que ninguna esperanza quede truncada
por su caída implacable.
Ensayan el acto una y otra vez
en el viaje de cada hoja hacia la tierra
que todo lo abraza, que todo lo engulle.
Cuando llega el momento
se desploman como animales heridos
mientras el sol,
engendrador de vuelos incipientes
se sacude los rayos, cambia de color
y se torna ojo gigantesco
del pájaro solar que anida en el árbol.