La muchacha de la fotografía

William Ospina


Lo que me inquieta
es que esa frágil criatura disuelta por los años 
siga siendo belleza para el mundo.
Las pocas veces que la vi sentí asombro:
quise saber qué centro indefinible,
qué invisible alfarero va ordenando en belleza 
la substancia terrestre;
por qué designio sus cabellos copiaban
el oro evanescente de los atardeceres;
bajo qué ritmo suavemente sus párpados 
hablaban de la luz y del sueño;
de qué manera tan perfecta y terrible
su piel suave y sus gestos
ocultaban su red de misterios y entrañas,
la animal persistencia del corazón en la sombra, 
la sangre ciega por las negras arterias.
Nadie, viendo los giros de su danza,
quiere pensar en esa fronda interna
de calcio y linfa y púrpuras fractales,
ni en cómo se destilan el sudor y las lágrimas,
ni en cómo avanza el aire a ordenarse en canciones
por la red de los bronquios.
Ni en las internas flores de su sexo,
ni en los cimbreantes nudos de bambú de las vértebras 
por la espalda adorable,
ni el paladar estriado y rosa y dulce
tras el milagro de la risa.
Lo bello es sólo la expresiva apariencia
y lo más misterioso es lo visible.
Viéndola, yo sentía que el amor es hermano
de la fe, y el saber hermano de la duda.
Por eso no entendí las sombras de su alma. 
Pensábamos que la belleza era la irradiación de la dicha, 
pero la indescifrable muchacha sufría;
que el esplendor que dura en sus retratos
era expresión de un orden,
pero era un estallido de la sombra el relámpago.

También irradia su fulgor la desdicha, 
todo oculta sus causas,
y donde el hombre ve en la carne fértil 
la tácita promesa de vida inagotable, 
también hila la muerte otras promesas.

Mira esta imagen:
libre ya de su abismo,
mírala aquí deslumbrante y perfecta.
Mira la risa mágica que acaso
no era en el alma risa sino desvelo y súplica.
Mira el hermoso cuerpo que incesante aún irradia 
su tentación, como una flor perfume.

Pulió la muerte su labor más perfecta,
disgregó lo adorable,
pero dejó esta rosa a la memoria.
Y aquí la joven danza ya más bella en su ausencia, 
con rostro indestructible.

Nada en su risa de la activa tiniebla, 
nada en su forma de la impura angustia, 
nada en su carne mortal de la muerte.

Como si fuera el sufrimiento un pretexto 
para que dure la belleza,
para que sigan los hermosos labios 
riendo de su tormento.

  • Del libro Una sonrisa en la oscuridad (Universidad Externado de Colombia, 2007)
  • Poesía colombiana