Carlos Medellín
Del libro Moradas
En el nombre del hombre te bendigo
y en nombre de la luz; desde la piedra
cuyo amoroso canto te unifica
vienes dorando los ocultos labios
de quien te espera bajo sus raíces
y colmas de tu voz y tu armonía
lo mismo el árbol que el desnudo trigo.
Quién que te sueñe bajo el hondo cielo
de las aves sin nombre no te pide,
si eres el mar entre los ojos náufragos
y eres desierto en las ciudades mudas,
tú que abrigas el ángel del camino
y en sus nocturnos ébanos transitas.
En el nombre del hombre te bendigo.
Que sin tu amor los sueños vagarían
de rosa en rosa hasta quemar los días;
cómo se afanan bueyes y pastores
por tu lengua de sal, y cómo el lirio
bajo la tierra ajena te persigue.
Todo en tu ausencia hiere y es castigo,
hasta la muerte con laúd te llama,
tu verde brazo contra Dios oprime
los corazones como a dulces niños,
y es tan alto tu cuerpo en las montañas
que por seguirlo el viento se consume.
De mis primeros ojos te pusieron
mis padres con el tiempo por madrina;
¿fuiste apenas la luna entre las sábanas,
el humo primordial que me rodeaba
o simplemente mi único pretérito?
Agua madre: tu piel todo lo cubre
de canciones, de frutas y de alas,
por eso con tu mano me persigno
en el nombre del hombre y te bendigo.