Carlos Medellín
(Del libro Palabras rescatadas)
1
Eres la sinedad,
la sinmemoria.
Ángeles inclementes
vigilan tus nocturnos caminos
y tus alas inútiles que giran
a la luz del aceite
entre la hierba.
Un eco sin sonido
apresura tu viaje.
Sobrevives venciendo fortalezas
hasta el límite mismo de la aurora
luego de tus combates
con el viento y los nardos trashumantes.
Yo no alcanzo a entender si permaneces
o consigues, acaso, renovarte
bajo tu leve piel.
Al golpe de tu brazo contra el aire
las sonoras antorchas te regresan
a tu antiguo refugio.
2
Cuando pasas no sé reconocerte
a pesar de tus ojos en las grietas
y no obstante
tus panales abiertos al asedio
de todos estos labios circulantes.
Aunque nada recuerdo de tu rostro
ni de tu mano ni de tus lugares
me parece que alguna vez estuve
como tú, sin edad y sin memoria
y sitiado también
por las mismas espadas sollozantes
en una niebla igual a la que llevas
vestida hasta los pies.
Avanzas y regresas,
en ti misma te quedas
mientras cruzan
sobre tu cuerpo núbil
impactantes cristales.
3
Floreces con el fuego del profeta
y sigues hacia adentro de ti misma
por abismos y espejos
para que los sonidos espaciales
puedan hundir su luz
en tu cuerpo irredento.
Desaloja tu antigua residencia
y ocupa las demás habitaciones
con residuos del alma
que sobreviven, al viajero eterno.
Construye tus alturas
sobre la noche que se entierra
en la sábana murmurante.
Y prosigue sin alas de regreso
hacia el primer encuentro.
4
Mi otro yo,
tu otro tú,
al fin llegará el día
del gran desprendimiento
hasta dejar de ser las células dispersas,
y todo tendrá entonces
su epicentro
en las profundidades atmosféricas.
Alguien habrá que pueda descifrarnos
la voz del caminante,
alguien habrá que narre
dónde quedaron sus primeros labios,
por qué abandona el lecho turbulento
y el aguamiel y el pan
y cantando tritura mariposas
y recoge manzanas
para endulzar el llanto de los niños.
Alguien escuchará
la mano que se extienda
al encuentro de lluvias vespertinas
desenterrando rostros de naufragio
y señale después
el rincón donde los ojos mueren.
Alguien habrá, venido del tumulto,
que se eleve en las luces vegetales
y nos muestre el destrozo de los lirios
a la espera del alba.
5
De colina en colina
hacia occidente
luego de abandonar las horas
en el fondo de un sol que iba desnudo
fue la última vez que mis ojos te vieron.
Y la noche acechaba tus silencios
desde las cavidades de las piedras.
Abajo la campana lamía sus metales
con la complicidad de unas palomas
y arrojaba salivas olorosas
a madreselva virgen
sobre las avenidas.
Un rumor hondo de nacientes voces
iba encendiendo
las altas lenguas de mercurio.
Un carnaval de sombras grises y violetas.
Sólo sábanas densas descendían
como blancas serpientes, similares
al cabello del ángel.
La escala de Jacob dio siete vueltas
antes de consumarse el rito.
Tus palabras cayeron extenuadas
a la orilla
del desvelado helecho.