De los mil usos posibles del poema

Piedad Bonnett


Se ha convenido ya —todo el mundo así opina—
en que es enteramente inútil el poema.
Y sin embargo, hay momentos en que aun sin saberlo
el poema se llena de amor y es esa carta
de reconciliación que nunca escribiremos.
O es ese puente de ventana a ventana que pasamos
con el alma encogida, deseando el vacío.
Manopla, salvavidas, aeroplano
que nos permite contemplar olímpicos
el trasegar sin fin de tantas gentes
tristes de haber nacido y tristes de ir muriendo.
(A veces, desde arriba nos miramos
Pasar alucinados y sombrios).
El poema es también tirabuzón,
Anzuelo que se tira en viejas aguas.
Maquina de hacer pompas de jabón.
Es vendaje, es compresa, es sanguijuela
que extrae los venenos de la sangre.
Juguete de latón. Consolador de viudas.
Monstruo de mil cabezas, matita que sembramos
en medio del jardín, conjuro mágico,
bisturí, cuerda floja, cobertizo.
Estos apenas son algunos de los muchos,
los incontables usos del poema,
ese extraño artefacto que circula
en forma clandestina y peligrosa
en nuestros territorios.
 
Esté alerta.